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Desde que J.J. Abrams “starwararizó” el universo de Star Trek, justo antes de dirigir el afortunado regreso de la serie Star Wars, en las películas de Star Trek hay poco de “exploración de mundos desconocidos”, y mucha más acción. Es evidente que la serie ha sido amoldada a los gustos del gran público, incluso a riesgo de dejar por el camino a algunos trekkies de la vieja guardia, a los que les gustaba el rollito de la serie original, y todavía más el de La nueva generación, que para mí sigue siendo la cota más alta de este universo en TV.  Las dos primeras películas de la franquicia reiniciada se fundamentaban en su energía y dinamismo, pero dejaba de lado el sentido del programa en el que cada encuentro extraterrestre podría traer desconcertantes desafíos éticos y perspectivas poco ortodoxas, además de posibles novias de piel verde para Kirk. Abrams supo usar bien los phasers y los lasers en  batallas estupendamente sincronizadas, y funcionó.

Esta tercera entrega es obviamente continuista con las anteriores, y no solo en el reparto. Pero al mismo tiempo se percibe un cierto acercamiento y recuperación de esos sentidos de la maravilla y ese canto a la esperanza entre pueblos que soñó Gene Rondenberry. Empezando por la secuencia inicial, en la que hay unos cuantos homenajes y guiños a la serie (el capitán Kirk dice que la Enterprise lleva tres años ya de la misión de exploración que durará cinco, o que busca misiones “episódicas”) y en el que hay un irónico protagonismo de la diplomacia entre civilizaciones. Claramente Simon Pegg y los demás que han intervenido en el guion han sido puesto más cariño hacia los orígenes.

Hay más de Star Trek en los muelles de la Estación Espacial de la Federación, en las conversaciones en la nave, y en lo que pasa a lo largo del metraje. En defintiiva, es como si Justin Lin, el bregado director de la serie A todo gas,  estuviera sacando a Star Trek de la oscuridad de esta nueva saga, y la estuviera devolviendo a su ser, sin por ello perder tampoco el gancho comercial al gran público que le ha legado Abrams. Y no olvidemos que su experiencia en la serie adrenalítica de coches por antonomasia ha podido ser aplicada aquí también en varias set pieces de acción y combates, resueltas con rapidez y pulso hipermoderno.

En definitiva, es un Star Trek que poco a poco parece que vuelve a su galaxia, y al que al mismo tiempo el viaje estelar ha llevado demasiado lejos como para poder volver a esperar esos señores en pijama delante de mandos mirando pantallas, que tanto nos gustaban.

Otros tiempos, otras estrellas.

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