The Crazies (1973) fue el cuarto largometraje que rodó George A. Romero, el newyorkino que con su primera película, La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead), había dado la campanada en 1968 y asentado las bases del cine de terror moderno. Sin embargo en sus dos siguientes films no le fue tan bien: trató sin ningún éxito de alejarse del cine de terror en su segunda película, la ignoradísima There’s Always Vanilla (1971), y en la tercera, La estación de la bruja (Season of the Witch a.k.a. Hungry Wives, 1972), aunque regresó al cine fantástico, no obtuvo mejores ventajas. Así que en cierto modo The Crazies supone un replanteamiento lógico de su carrera, volviendo al tema que sí le había funcionado: el de los zombis, aunque fuera desde la marginalidad del cine independiente de ínfimo presupuesto, unas lindes a las que se tendría que acostumbrar pues volvería una y otra vez a ellas a lo largo de su carrera (ejemplo: el presente, ya que tanto El diario de los muertos como Survival of the Dead son producciones extremadamente outsiders). Y naturalmente, aquella película suya ahora cuenta con un remake, cómo no.
1973: La película original, interesante pero fea
En The Crazies no salen muertos vivientes, pero casi: aquí se trata de ciudadanos normales que, infectados por un virus, se convierten en psicópatas y se lanzan a matar a otras personas por las buenas, empezando por aquellos a los que tienen más cerca, que suelen ser su familia. En definitiva, estamos hablando de personas convertidos en silenciosos y violentos autómatas homicidas, lo cual, muertos o no, no deja de ser un zombi. El virus en cuestión se llama Trixie (de hecho otro título alternativo de la película es Code Name: Trixie), un arma química desarrollada por petición del Ejército de los Estados Unidos, que era transportado en un avión que, ¡mala pata!, se ha ido a estrellar en un lago cercano al tranquilo pueblecito rural de Evans (Pennsylvania). El virus se infiltra en el agua, que a su vez provee corrientes subterráneas que van a parar a los pozos de los que se extrae el agua con el que se abastece la población. De ahí que poco a poco vayan apareciendo incomprensibles estallidos de violencia como el que abre la película, en el que un padre trata de quemar vivos a sus dos hijos después de haber matado a su mujer.
Los protagonistas de The Crazies, ya en esta primera versión de 1973, eran el sheriff del pueblo (Will MacMillan) y su esposa, que es enfermera y está embarazada. Pero a George A. Romero no le interesa volver a repetir el esquema de asedio de La noche de los muertos vivientes ni tampoco crear un survival con personajes luchando o escapando de los infectados. De hecho hay un factor diferencial brutal entre La noche de los muertos vivientes y The Crazies: en The Crazies todo el peso de la trama tiene que ver con la reacción de los militares que tratan de contener la epidemia, al contrario de en La noche… en donde las patrullas paramilitares sólo llegaban al final. Realmente es de lo que trata The Crazies: del despliegue tremendo de soldados armados hasta los dientes y ataviados con máscaras y trajes especiales contra amenazas biológicas, que invaden el pueblo e imponen las medidas tan severas como el estado de excepción, la suspensión de todos los derechos civiles, el confinamiento de todos los ciudadanos del pueblo en un campo de concentración como medida cautelar hasta averiguar cuántos pueden estar afectados por el virus, y otras lindezas por el estilo.
Al director (y co-guionista) es lo que más le importa de la película: las consecuencias, reacciones y conclusiones que se pueden extraer de toda esa situación. Dicho más explícitamente: lo que Romero quiere es construir un comentario social. El mensaje socio-político siempre ha sido una parte esencial (o LA parte esencial) en el cine de George A. Romero. Ya en La noche los muertos vivientes la crítica encontró un buen número de mensajes de fondo, a pesar de que el director ha admitido que muchos de ellos son interpretaciones que él no buscaba intencionadamente. Pero hay que tener en cuenta que a lo largo de toda su filmografía posterior encontramos el “discurso político” como principal constante. No olvidemos que Romero ha declarado en diferentes ocasiones que para él “los zombis representan la crisis” y que lo que más le interesa de sus películas de muertos vivientes (y tengamos presente que ha hecho ya seis: a La noche de los muertos vivientesle siguió Zombie/Dawn of the Dead en 1978, El día de los muertos/Day of the Dead en 1985, La tierra de los muertos/Land of the Dead en 2005, El diario de los muertos/Diary of the Dead en 2007 y Survival of the Dead en 2009) es el modo en que los supervivientes responden y se re-organizan, cómo la civilización se resquebraja y se revela la relatividad del status quo. Para Romero los zombis son la prueba del algodón con la que nuestra sociedad es testeada y deja al aire sus carencias obligándonos a afrontar activamente dilemas a los que cotidianamente damos la espalda.
De ahí que en The Crazies de Romero lo importante es el retrato de la actitud gubernamental, de todo menos comprometida con el bienestar de los ciudadanos; el antimilitarismo, ante lo desproporcionada de la respuesta militar; la advertencia científica, si los científicos tienen que estar en nómina de fines como los militares porque es donde hay fondos y no pueden investigar cuestiones a favor de la humanidad menos lucrativas; la burocracia, ya que gobierno y ejército se enredan en interminables reuniones, dires y diretes ineficientes; el bloqueo informativo y la manipulación de los medios, con el consiguiente hurto de democracia; la proliferación de armas en manos de los ciudadanos (recordemos la Segunda Enmienda de la Constitución Americana) permite que los habitantes de Evans puedan “defenderse” de los que en realidad pretenden que la enfermedad no se extienda, y desencadena una auténtica guerra civil (el americano llano, sobre todo el rural, siempre tan presto a apretar el gatillo). En resumen: el título de The Crazies (en inglés los locos) puede ser una alusión tanto a los infectados (se vuelven “locos” peligrosos) como a todos nosotros, a la sociedad en la que vivimos.
Por ello que se puede considerar a The Crazies una pieza clave en la filmografía de su director, que como se ha dicho anteriormente volvería a insistir una y otra vez en enriquecer (o convertir, según el gusto) sus películas con comentarios sobre el mundo: la religión y la represión sexual (Martin), el consumismo, el gregarismo la falta de ideas propias, etc (Zombi), las relaciones entre militares y civiles (El día de los muertos), las diferencias entre ricos y pobres, la explotación del tercer mundo, la paranoia y la manipulación informativa (La tierra de los muertos), la sociedad de la información (El diario de los muertos), etc. Para él, el cine de terror es un contexto perfectamente válido en el que no sólo se puede trabajar y narrar historias, sino también decir cosas importantes. De hecho, mucho me temo que lo de George A. Romero es pura capacidad de adaptación, y que igual que ha sabido acomodarse al encasillamiento como patriarca del cine de zombis (llegado el punto en el que nadie le produce ninguna película que no sea sobre este tema), ha sabido moverse en el marco del cine de nuestro género favorito, que probablemente para él no es vocacional pero al menos sí muy válido.
Claro que tan importante como reconocer lo dicho hasta ahora es el no fabricar falsas expectativas en un espectador que no la haya visto, porque The Crazies en realidad es un título que no tiene muchos fans, y ni tan siquiera es de las favoritas de los seguidores del cine de Romero. Las carencias presupuestarias, una puesta en escena tosca e incluso mediocre, una fotografía fea, y una planificación al borde de lo profesional, hacen que en general se la considere un film tirando a ramplón, cosa que nosotros (concretamente yo) tampoco vamos a tratar de desmentir.
Es posible que las intenciones discursivas de Romero hayan envejecido mal, ya que a día de hoy esa clase de denuncias resultan muy básicas, y dudamos que le vayan a escandalizar ni mucho menos a abrir los ojos a nadie respecto a nada. Esta clase de cine cobra su sentido contextualizado en su época, tras el asesinato de Kennedy, el Watergate de Nixon, la Guerra de Vietnam y otros escándalos políticos, como un reflejo del despertar del pueblo que pierde su inocencia y deja de creer en sus líderes (el índice de abstención en las elecciones USA, algo mejorado gracias al efecto Obama, ronda habitualmente el cincuenta por ciento, y se eleva al setenta y cinco si hablamos de gente joven). Ahora, me gusta pensar, son sin embargo ideas muy interiorizadas. A cambio, y esto es lo grave, el guión de The Crazies queda un tanto arítmico y desestructurado. La acción no es lo que prima, y se interrumpe cada dos por tres con escenas de diálogo filmadas en aburridos planos-contraplanos, como en un cutre serie B de ciencia ficción de los años 50. El tomo documentalista y la querencia de Romero hacia el cinema verite le lleva a filmar con detalle (pero sin gracia) la manera en que los militares se posicionan en el pueblo (con acompañamiento de una banda sonora de música militar), y el espectador echa de menos algo más de gancho, de emoción o de miedo.
Deslucida, en realidad en ella hay soluciones visuales que recuerdan directamente a La noche de los muertos vivientes, cuyo presupuesto era tan ínfimo como el de ésta. Pero sería por el providencial blanco y negro, o por la mejor estructura de la historia que se reflejaba también en que en cada momento se veía justo lo que se tenía que ver, hacía que en aquella funcionase muy bien. Y en The Crazies no. Este film parece visualmente tan sucia y feista como otros títulos de autocine del mismo año, tales como Don’t Go to the Basement (de S.F. Browning) o Children Shouldn’t Play with Dead Thing (de Bob Clark), sólo que carece de sus atmósferas o de sus capacidades para provocar incomodidad.
En síntesis, The Crazies tiene un buen argumento y es tan interesante en lo que quiere decir como decepcionante en cómo lo dice. Lo cual la convertía en una candidata ideal para tener un remake, una reformulación que tratase de aprovechar todo el potencial dejado en el aire por Romero.
2010: La nueva versión
El equipo que ha llevado a cabo esta nueva versión de The Crazies que se acaba de estrenar en España (en USA ya se estrenó hace tres mesecitos), se posiciona en las antípodas de George A. Romero respecto al material, e invierte la situación descrita cuando les hablaba de la película original: a los guionistas Scott Kosar y Ray Wright no les interesan ninguna clase de mensajes socio-políticos, y aquel espectador que pretenda encontrar en su The Crazies (2010) alguna clase de metáfora sobre la guerra de Iraq, la crisis económica o el caso Madoff… va a tener que ponerle mucho de su parte, porque lo que es en el metraje que vemos no hay nada de eso. Muy al contrario, ellos han tomado el argumento de la película de 1973, y lo han convertido en un carrusel de sobresaltos y acción, emociones, peligro y persecuciones. De nuevo el virus Trixie se esparce en el agua potable de la tranquila población rural de Evans, y de nuevo los protagonistas son el sheriff y su mujer enfermera y embarazada. También de nuevo llega el ejército con sus máscaras, sus símbolos debiohazard, sus armas automáticas, y al igual que en la película de Romero instauran un régimen de excepción, confinan a los habitantes del pueblo a campos de concentración, e… incluso no dudan en recurrir al exterminio genocida para contener el virus (la filosofía del muerto el perro, se acabó la rabia, o de las bajas civiles aceptables). Los parecidos entre ambas películas terminan ahí.
En The Crazies (2010) no hay personajes militares relevantes, sus apariciones no son más que insertos para acentuar el suspense de lo que va a pasarles a los personajes a continuación, y todo se centra exclusivamente en la superviviencia de los protagonistas, atrapados en un emparedado mortal entre los infectados y los militares. Desde que los acontecimientos que se narran se precipitan, toda la película es un continuo correr. Atrapados en una especie de sándwich mortal entre los lunáticos infectados y los militares, cuando no son los unos son los otros, se van sucediendo las situaciones de alto riesgo, en las que el suspense, la adrenalina y el movimiento perpetuo son las motivaciones buscadas.
Inequívocamente aquí los crazies son los infectados, y se comportan como perfectos maníacos, mitad zombis mitad salvajes capaces de utilizar armas. La película está sembrada de estupendas set pieces a costa de esto (la escena en el hospital de campaña con el asesino del trastrillo, o sobre todo la inspiradísima escena en el lavacoches). Respecto a los militares y “sanitarios”, sirven de contrapunto para reforzar la impresión de que los protagonistas no pueden confiar en nada ni en nadie, ni tienen a donde ir o a quien recurrir.
Tan vacío de significado intelectual como lo es una montaña rusa o una cerveza bien fría, obviamente, este The Crazies es así justo lo contrario del original. ¿Peor? En absoluto, porque si bien se contrapone en intencionalidad y sentido, también lo hace en cuanto a puesta en escena y plasmación cinematográfica, y así como la de Romero era fea, desmañada y muy deficiente, aquí nos encontramos ante una película de terror de primerísimo orden por producción y realización. Breck Eisner (el hijo de Michael Eisner, el ex director de la Disney), a quién hasta aquí sólo conocíamos por la poco salvable Sahara (2005) con Penélope Cruz, se ha destapado con esta película y se ha convertido en uno de los directores del momento, no siendo para menos. La película funciona sobre todo porque él la ha llevado muy bien, ha sabido imprimir una atmósfera amenazadora continua, mantener la tensión y hacer que los (endebles) personajes no te repateen demasiado como para no poder conectar con su huída. Él, la fotografía industrial de Maxime Alexandre (el director de foto habitual en las películas de Alexandre Aja desde Alta tensión), más la música de Mark Isham, hacen de The Crazies (2010) una muy estética, entretenidísima, vibrante y muy disfrutable película que uno puede recomendar ver.
¿Me atreveré a decir que es mejor que la de Romero? Más que cuestión de atrevimiento se trata de que no estoy muy seguro, de tan complementarias como las veo. Eso sí, lo que tengo muy claro es que es esta versión de Breck Eisner la que me apetece volver a ver en un plazo más o menos corto, y que es la que recomendaría a la mayoría de la gente con la tranquilidad de saber que voy a acertar. Supongo que esto ya significa algo.
Un remake que no sobra, desde luego, a la espera de que algún día alguien haga una versión que aúne lo mejor de ambos mundos: el mensaje y la forma.
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