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Seleccionar una o varias películas de terror para verlas la noche de Halloween es un clásico, especialmente si están relacionadas de alguna manera con la festividad en cuestión. Este año, seguramente una de las opciones que más puedan llamar la atención para este propósito, al margen de la consabida (y recomendable) Historias de miedo para contar en la oscuridad (Scary Stories to Tell in the Dark, 2019, de André Øvredal), es Trick. La razón de esto es que se presenta como un slasher cuyo asesino, cual émulo de Michael Myers, ataca solo la noche del 31 de octubre, lo cual suena bien, e incluso puede predecirse interesante merced a algunos puntos de interés que trataremos a continuación. No obstante, el propósito de este texto es el de orientar, y a poder ser el de evitar una decepción, a cualquiera que esté acariciando la idea de acercarse a esta película con esa aproximación.

Trick en realidad es un slasher noir; es decir, que toma el punto de vista del policía investigador (Omar Epps) que trata de detener al asesino, persiguiéndole obsesivamente año tras año. Eso le da a la película un ambiente más policiaco que de slasher canónico, pero no es algo malo. El film no funciona básicamente a causa de su guion, que en cuanto supera su enérgico prólogo se estanca en una banda muy predecible, y en la que los ataques el asesino son fulminantes y carentes de todo suspense. Además, su asesino puede llegar a resultar muy exasperante, ya que parece disponer, por pura no comparecencia de los guionistas, de carta blanca para que todo le valga: aparece donde quiere y cuando quiere, monta aparatosas trampas a lo Saw en un santiamén y en lugares incluso concurridos, pone videos oportunamente reveladores en aparatos de televisión sin que nadie sepa cómo (una de las escenas más absurdas en una película ya de por sí extremadamente arbitraria con su lógica), o parece estar en más de un sitio a la vez. Este cariz “mágico” del asesino a menudo consigue funcionar en un slasher más convencional, ya que es un subgénero que tiende a apelar a licencias y tropos ya compartidos por la audiencia (por ejemplo, que el asesino anda y la víctima corre, y sin embargo el asesino siempre la alcanza, etc). Pero aquí, ese carácter policiaco al que comencé refiriéndome, parece provocar una fricción irresoluble entre la lógica interna requerida y las libertades creativas. Además, su total falta de sentido del humor no ayuda precisamente a digerir tanta gratuidad.

Otro aspecto decepcionante para el espectador veterano, es la falta de carisma como psicokiller del tal Patrick “Trick” Weaver (el juego de palabras del nombre sí es bueno). En el prólogo sí que encontramos un potente y muy característico asesino de slasher, con una máscara de calabaza (con dos caras reversibles, además) que podría haber dado mucho juego. Pero ese punto referencial dura poco, y la mayor parte del metraje el asesino es un tipo anodino con un especie de maquillaje estilo corpse paint y una prenda deportiva con capucha, casi como un extra de La purga. No da para mantener una mitología propia, y tampoco es que su historia personal se pueda contar a modo de cuento de miedo alrededor de una hoguera.

Lástima, porque había señales sobre este film que pintaban bien. Por ejemplo, que está dirigido por Patrick Lussier, que empezó su carrera como montador de Wes Craven a partir de los 90, y que luego como cineasta ha sido capaz de firmar de la manera más profesional y artesana películas menores pero que están tan bien como Ángeles y demonios 3 (The Prophecy 3: The Ascent, 2000), White Noise 2 (White Noise 2: The Light, 2007), San Valentín Sangriento (My Bloody Valentine, 2009) o Furia ciega (Drive Angry,2011 ). Es decir, Lussier es un director del que nadie se va a declarar fan número uno probablemente, pero que como quien no quiere la cosa tiene un buen puñado de películas que hemos disfrutado todos. También sorprenden los problemas del guion, ya que es obra de Todd Farmer, un veterano que conoce el género (Jason X, The Messengers…). Juntos, Lussier y Farmer, ya habían colaborado en películas tan intensas y divertidas como San Valentín Sangriento (My Bloody Valentine, 2009) o Furia ciega (Drive Angry, 2011).

En cuanto a caras de actores conocidos, ahí Trick sí cumple. Está protagonizada por un rostro de los que te suenan, Omar Epps, porque era el Dr. Eric Foreman de la serie de TV House (2004-2012), y que ya había trabajado con Patrick Lussier en Drácula 2001 (Dracula 2000). También practica la regla de la “vieja gloria en papel muy pequeño”, en este caso con el veterano Tom Atkins (La niebla, 1997: Escape en Nueva York, Creepshow, Halloween III, etc), que también había trabajado ya para Lussier, y en este caso también para Farmer, tanto en San Valentín sangriento como en Furia ciega. El resto del reparto, menos llamativo, está muy bien, en especial Ellen Adair y Kristina Reyes. Y tampoco hay mucho que objetar a sus escenas gore. Vale que haya muchos asesinatos que no pasan de meros vendavales de violencia con algún chorreón de sangre; pero otros, especialmente las escenas de decapitaciones y aplastamiento de cabezas (no sé por qué razón, en Trick la toman con las cabezas) son bastante impresionantes.

El tándem Farmer y Lussier le dedican la mayor cantidad de esfuerzos de la película a intentar construir el contraste entre dos posturas en el equipo policial: al personaje de Omar Epps se pretende obsesionado con la caza de Trick Weaver, algo que ha llevado a lo personal (extrañamente, también parece que al asesino le gusta burlarse estando siempre a su alrededor: otro de esos aspectos poco lógicos de la historia), incluso provocándole problemas; esta idea no termina de funcionar del todo ya que nos falta contexto o un contraplano de su vida, para apreciar si hay obsesión. La otra postura, es la de la sheriff que interpreta Ellen Adair, escéptica, solo cree en lo que ve y en lo probado, y no cree que Trick Weaver esté vivo y sea el asesino, año tras año. Ese es el juego que propone realmente Trick, su “truco” (perdón por el juego de palabras malo): creer o no creer. Durante toda la película estarás asistiendo a una serie de juegos de guion, y tendrás que escoger si creerás en ese carácter sobrenatural del asesino como explicación plausible, o si te quedarás con el tono más policiaco y necesitarás otra clase de explicación.

En contradicción con ello, al final el misterio de Trick tiene una solución mediante un giro argumental definitivo que, por mucho que se viera venir, redefine el sentido de todo y ofrece la que probablemente sea la razón de ser de la película. La explicación de la identidad del asesino trae consigo algunas frases lapidarias (“Nadie necesita una razón para ser malvado” o “Hacemos esto porque podemos. Porque somos buenos en ello”) que, junto con una cierta alerta sobre el nihilismo de nuestra sociedad que se refleja en el culto a la violencia desde plataformas y redes sociales, da una pátina de pseudofilosofía a lo que, hasta entonces, parecía un juguete gore inofensivo.

¿Pero, es suficiente?

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