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La película uruguaya La casa muda (2010) es un film de culto en todo el mundo, habiéndose ganado una gran legión de partidarios e incluso un rápido (e innecesario) remake estadounidense: La casa silenciosa (Silent House, 2011). Su director, Gustavo Hernández, admite que todavía hoy es una tarjeta de presentación que le abre muchas puertas. Y sin embargo, desde 2010 solo habíamos conseguido volver a ver una única película de él, No dormirás, protagonizada por Belén Rueda. Entre 2010 y 2018, y entre 2018 y 2022 hay espacios de tiempo tan amplios (y vale que en este segundo caso hay que contar entre medias todo el tiempo perdido a causa de la pandemia), que nos dan una idea de lo difícil que es financiar una película de terror en nuestro ámbito cultural hispano. Por eso debemos darle una oportunidad a títulos como Virus 32, especialmente porque es una buena película que merece la pena ver y ser conocida.

Se trata de un film de zombis, sí. Pero antes de perder la atención de aquellos lectores que estén un poco saturados con este subgénero, déjeme decirles que si este año hay un par de películas de esta clase a las que harían bien en prestar atención, son la taiwanesa The Sadness y ésta. Virus 32 opta por la modalidad de infectados rabiosos, como la mayoría del género de unos años a esta parte (excepción hecha con los zombis lentos y clásicos de la bilogía The Undead de los hermanos Ford, y ya ha pasado tiempo desde eso). Aunque la tendencia comenzó mucho antes, en estos tiempos que vivimos, con las sucesivas oleadas de enfermedades nuevas o raras que nos amenazan (COVID, monkeypox, hepatitis infantil… y lo que alguien siga estimando oportuno ensayar sobre nosotros), es algo cada vez más interesante. En el caso que nos ocupa, el apocalipsis zombi viene implementado sobre una pandemia que convierte a los que la padecen en violentos dementes ansiosos de sangre y violencia. Además, Gustavo Hernández nos propone a modo de juego una variante que todavía no habíamos visto: sus zombis tras cada ataque explosivo de ultraviolencia, entran en un letargo que dura 32 segundos, un tiempo que los personajes pueden aprovechar como ventaja mínima para sobrevivir y que da bastante juego en la película. Aparte de este detalle, para nada baladí, el resto de lo que se refiere a estos zombis está a la altura de las expectativas de lo que podamos desear, tanto en maquillaje, ferocidad, etc. Por si fuera poco, el comienzo de Virus 32 es impecable, crea todo el suspense necesario e imprime mucho ritmo a la acción, que ya prácticamente no bajará en toda la película.

La protagonista es una heroína atípica, una madre soltera que seguramente tuvo a su hija apenas de adolescente, y que a través de la magnífica presentación del personaje, entendemos que es inmadura, algo irresponsable, incluso un poco alocada. Mantiene el contacto amistoso con el padre de su hija, que la recrimina por no ordenar su vida y convertirse en una madre prototipo. Le cuesta mantener los empleos, y actualmente tiene un trabajo de vigilante en unas instalaciones deportivas cerradas. El día en que el apocalipsis estalla, la pilla sin nadie que quedarse con su hija, así que se la lleva al trabajo. A partir de un momento en que se separa de ella para hacer la rápida ronda por el edificio, siniestros individuos tratan de entrar en el complejo, y algunos lo consiguen. Comienza la lucha por la supervivencia, que a la vez será el viaje de la protagonista hacia la responsabilidad. Eficientemente interpretada por Paula Silva, la protagonista es un personaje simpático, con suficiente profundidad y carisma, al que tomas aprecio, algo fundamental en un survival horror.

Otro aspecto notable a destacar de Virus 32 es el cuidado técnico que su autor ha puesto en ella, muy por encima de lo habitual. Conviene recordar que La casa muda era un film enteramente rodado en plano secuencia. A Gustavo Hernández le interesa hallar soluciones técnicas expresivas, y en este caso ha hecho un ejercicio ejemplar de planificación, puntualmente y de nuevo apoyándose en algunos planos secuencia (recurso que parece gustarle mucho), esta vez más cortos, pero muy vivos y espectaculares. A destacar en su excelente arranque, algunos potentísimos planos con grúa del caos que comienza a formarse en la ciudad alrededor del camino de las protagonistas, aún ajenas a lo que está empezando a pasar.

Virus 32 juega sus cartas, que son las de una producción de muy bajo presupuesto. En algún momento, según creo haberle oído decir a Hernández en alguna entrevista, existió una versión del proyecto demasiado costosa para las posibilidades de producción de una película en Uruguay. Afortunadamente, se presentó la oportunidad de rodar en el Club Neptuno, uno de los edificios más emblemáticos de Montevideo, ahora abandonado tras el cese definitivo de estas inmensas instalaciones deportivas. La localización en este recinto, es mucho más interesante que rodar simplemente en un vulgar almacén abandonado, y sin duda además para el público de la capital de Uruguay tiene un sabor especial. Para los demás, es un plato “natural” suficientemente sugerente, que exuda una tristeza decadente que le va bien a una película apocalíptica.

Es cierto que a la película le cuesta mantener el buen tono a partir de la mitad, cuando todas las cartas están sobre la mesa y solo queda el desenlace de los temas, por lo general tópicos de este subgénero. Virus 32 supera la prueba y aguanta hasta al final gracias al ritmo, al éxito alcanzado en el trazo del personaje central, y sobre todo gracias a la buena utilización de los espacios cerrados, uniendo los temas que les proponía en los dos párrafos anteriores. Personalmente la he disfrutado y la encuentro muy digna de defensa, si es que a las obras culturales hay que defenderlas, como parece tantas veces. Aprovechemos los 32 segundos de pausa que nos dan las hordas acechantes de negatividad, y afirmemos que Virus 32 es de las buenas.

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