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La última película de Alex Garland no da respuestas ni pone fáciles las conclusiones. O quizás todo lo contrario: no te dice lo que tienes que pensar, lo que es de agradecer, por lo que todo queda abierto a que tú reacciones con tu propia interpretación. Lo que está claro, es que se llama “men” (hombres) no por casualidad. También es un hecho que Rory Kinnear interpreta a todos los personajes masculinos del film excepto al marido de la protagonista (interpretado por Paapa Essiedu), y que son todos diferentes representaciones de hombres amenazadores, desde el casero aparentemente simpático pero perverso en el fondo, el párroco reprimido devenido en depredador sexual o el adolescente enfadado y violento. A partir de estos elementos, muchos analistas han tomado la película como un alegato sobre la masculinidad tóxica, y un reflejo en clave feminista de la presunta opresión continua de los hombres sobre las mujeres. Como empecé diciendo, es una interpretación perfectamente válida. Aún diré más: es una interpretación a priori bastante fundada por el contenido del film, con no pocos asideros, si a todos esos hombres que en el fondo son el mismo (¿es porque se supone que todos los hombres somos iguales?) sumamos al marido, un manipulador capaz incluso de levantar la mano contra ella.

Sí, hay muchos factores que apoyan la lectura en clave anti-patriarcal de Men, y sin embargo hay algo que a mí no me cuadra: todo su clímax, el largo pasaje entre abstracto y de pesadilla en el que todo se dispara hasta el paroxismo, con todos los personajes masculinos acosando como demonios a Harper, la protagonista interpretada por Jessie Buckley, y lo que es más alegórico y radicalmente surrealista: pariéndose los unos a los otros, para dar lugar al final del todo, como culminación, a una réplica del marido fallecido. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Y el final? La protagonista y su amiga se encuentran, la amiga ve los restos del follón de la noche anterior, y ambas mujeres se sonríen. ¿Es que la masculinidad tóxica ha perdido? ¿Ya están a salvo? ¿De qué manera? En realidad, Men es un film con una importante carga experimental y abstracta, y no puedo dejar de sentir que pretenderle un sentido claro y lineal es un mero ejercicio de autosatisfacción sin más relación objetiva con la película que la pretensión del que la formula.

Garland ha introducido además, una importante carga de referencias al paganismo, algunos cuentos bíblicos, el folclore e incluso la poesía. El más intenso es probablemente el contraste entre las imágenes del ‘hombre verde’, mito que simboliza el renacimiento y la naturaleza primaria del hombre, y las apariciones de esculturas y relieves de Sheela na gig, una mujer desnuda con genitales exagerados que mira fijamente a quien la mira. De la Biblia tenemos la referencia a Eva y la manzana, y de la mitología a Leda y el cisne en un diálogo con el párroco. También se le concede importancia puntual a los dientes de león, una planta que se reproduce asexualmente mediante partenogénesis, esto es: clonándose a partir de un espécimen inicial. Esta metáfora va en relación tanto a que todos los hombres sean realmente clones (insisto: Rory Kinnear interpretando todos los papeles), como de esa catarsis final, con unos hombres generando a los otros.

Claro que Men no es un film no-narrativo, tiene un argumento y en algunos de sus pasajes sí queda muy claro lo que dice, así que no pretenderé que verlo es como mirar un cuadro de Jackson Pollock. Es más bien una experiencia parecida a la Madre (2017) de Darren Aronofsky. Así que dejaré de andarme por las ramas y, con todas sus líneas que quedan abiertas, y toda su riqueza simbólica que probablemente seguiré descubriendo en sucesivos re-visionados, les diré de qué creo que trata la película, mi interpretación: trata de la sanación tras el trauma. Es un trauma femenino, sentido como solo puedo sentirlo una mujer, y vivido en tanto en cuanto la protagonista es mujer. La noche catárquica, el pasaje más loco de la película, si se quiere racionalizar debe ser entendido exclusivamente como una experiencia subjetiva. Harper ha sufrido un trauma muy duro a causa de lo que le ha hecho su marido (que además de un cagón, parece bastante hijo de puta, si se me permite decirlo así), y probablemente no es la primera mala experiencia que tiene con hombres. La película trata de cómo Harper busca la sanación en el aislamiento de la naturaleza, y realmente la encuentra gracias a la confluencia de fuerzas casi sacadas de una película de horror folk. Necesita colocar lo que le ha pasado con su marido, ajustar las cuentas con él, y enfrentarse de paso al temor que ha dejado en ella la posibilidad de volver a ser agredida, psicológica, sexual o físicamente, por otros hombres. Es algo que ella debe resolver y resuelve, y no tanto una acusación por la que tantos hombres deban reaccionar en redes sociales sintiéndose acusados e insultados. Esta interpretación mía creo que resuelve las preguntas que planteaba en mi segundo párrafo. Todo ese juego de muñecas rusas humanas y hombre pariendo a hombres es un proceso íntimo e interior de Harper, en el que confluyen desde lo psicológico, lo emocional e incluso (por qué no) la magia telúrica, y que necesariamente tiene que llevar a su enfrentamiento con su marido. O la sonrisa final, reconociendo que Harper ha arreglado por fin sus cosas. Quizás, y solo quizás, aguándole la fiesta a los de la lectura feminista, ella dejará de ver a todos los hombres con el rostro de Kinnear, y estará abierta de nuevo a conocer lo que hombres con toda clase de rostros pueden aportar.

Como sea, ya les dije que la película está abierta a todas las interpretaciones, y es posible que el lector mismo tenga la suya propia. Lo que está aún por encima de todo, es que con Men Garland profundiza en la línea de acentuación de climas y en su afición por lo críptico, que ha caracterizado gran parte de su obra, tanto como escritor (en La playa), guionista (por ejemplo en Sunshine) o autor cinematográfico completo, ya presente en Ex Machina (2014) pero más evidente todavía en Aniquilación (2018), que era como volver al territorio tarkoskiano de Stalker… En Men hay pasajes de hasta 27 minutos sin diálogos, hay una fotografía que deja pocas cosas al azar, con túneles, bosques más o menos vírgenes y vetustas iglesias medievales. Es un gozo para los sentidos, y una película a la que volver de vez en cuando.

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