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Cuando una película gana el premio del público del Festival de Sitges y el de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, más el premio también del público del Midnight Madness de Toronto… es que algo pasa. Bueno, obvio que lo que pasa es que a la gente le gusta esta película. No lo dicen los críticos ni los jurados: lo dice la audiencia, lo decimos todos, nosotros, la gente que vemos películas. Entiendo que se ha abusado demasiado de la promesa, y que el espectador seguramente está harto de comedias de terror que no solo no tienen ni pizca de gracia, sino que además resultan injuriosas para el género, que lo maltratan como si fuera una cosa tonta y facilona que no requiere mucho esfuerzo. Pero déjame asegurarte que Lo que hacemos en las sombras sí merece la pena precisamente porque está en las antípodas de ambas cuestiones. Para empezar, tiene gracia, mucha, aun admitiendo que la risa siempre está sujeta a elementos subjetivos; pero sobre todo porque es una excelente comedia de vampiros absoluta y escrupulosamente respetuosa (diría más: cariñosa) con los cánones y tradición del género.

Lo que hacemos en las sombras tiene formato de mockumentary, es decir, es otro “falso documental” (de acuerdo, admito que este aspecto también puede dar pereza por pura saturación sobre esta clase de películas) en el que un pequeño equipo de televisión sigue el día a día de la vida cotidiana de cuatro compañeros de piso, con la particularidad de que todos ellos son vampiros. Ya vimos en 2010 otra película con estos parámetros, Vampires, de nacionalidad belga y dirigida por Vincent Lannoo, y aquella también era una comedia. Pero en aquella ocasión me pareció que el formato era una solución a la precariedad de presupuestos y financiación que su interesante director (autor por otro lado de joyas del cine europeo como las turbias Ordinary Man o Au nom du fils) suele encontrarse en una cinematografía no muy boyante como la de Bélgica. En Lo que hacemos en las sombras no me ha dado esa impresión en ningún momento, al contrario, su sentido del humor es como de sitcom y el formato de falso reportaje le va como anillo al dedo. Es más, aunque la película de neozelandesa, su humor es, por así decirlo, muy inglés. Un referente muy claro podría ser el trabajo en general de Christopher Guest, y muy especialmente su recomendable serie Family Tree, falso documental que sigue la vida normal de un hombre treintañero que ha perdido su trabajo y su novia. Terror, humor y la vida cotidiana, inevitablemente nos llevan a citar Zombies Party (Shaun of the Dead,  2004, de Edgar Wright), otra pariente espiritual. También puede recordar a una versión mejorada de Being Human (la original, la de la BBC más que su remake americano, Casi humanos, de Syfy), solo que aquí todos los compañeros de piso son vampiros, aunque cada uno de una clase diferente inspirado en la variedad que ofrece la mitología cinematográfica acerca del tema.

Viago (Taika Waititi) es el vampiro romántico, el que recoge la dimensión dandy y seductora de la tradición de Drácula, el que llegó a Nueva Zelanda persiguiendo al amor de su vida para perderlo por un error; Deacon (Jonathan Brugh) es el más joven, el rebelde, pseudo-punk que nos remite a las versiones (ya canónicas también, ¿no?) de los 80, tipo Jóvenes ocultos (The Lost Boys, 1987, Joel Schumacher); Vladislav (Jemaine Clement) tiene un nombre que remite al mismísimo Vlad Tepes (ya saben, “el empalador”), aunque está paródicamente basado en el Gary Oldman del Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, 1992, de Francis Ford Coppola); finalmente Petyr (Ben Fransham) es Nosferatu, sin ambages (también podría ser el Sr. Barlow), su maquillaje es como el de Max Schreck o Klaus Kinski y de hecho no habla (personaje de cine mudo), vive en el sótano y se dice de él que tiene ocho mil años, en referencia a que es la versión más antigua del mito.  Pero no solo los personajes, todos los gags de la película descansan sobre la más absoluta de las ortodoxias vampíricas, mitos y características tradicionales de las que se saca todo el partido humorístico. Se esquiva, afortunadamente, el caer en el humor spoof(es decir, nada más lejos que entrar a modo de Vampire Movie en esa moda cada vez más insulsa de las nosequé movie que inició Scary Movie y que se ha ido totalmente de las manos: Date Movie, Epic Movie, Disaster Movie, etc). Habría sido muy fácil, y también una auto-traición, parodiar Crepúsculo (además ya se ha hecho, varias veces, y siempre y cuando no consideremos que Crepúsculo es una parodia en sí misma). El único rasgo contemporáneo que se podría detectar es el de la rivalidad entre vampiros y hombres lobo (a la que también se le saca un partido para mondarse), pero antes de Underworld eso ya venía de los juegos de rol y antes incluso de películas como las de Paul Naschy o Al Adamson. En conclusión: Lo que hacemos en las sombras es a la comedia lo que Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2008, de Tomas Alfredson) fue al subgénero de vampiros serio.

Pero lo que estoy contando no sería cierto si los personajes se limitasen a ser meras recreaciones paródicas de los clichés que representan. La película funciona porque las escenas están bien planteadas, y como en una sitcom los personajes, caricaturescos y todo, tienen su propia coherencia y la carcajada surge de la fricción entre ésta y la situación. He dicho “situaciones bien planteadas” y no “bien escritas”, ya que la película se filmó dejando improvisar a todos los actores todo el tiempo, aunque Waititi y Clement sí tenían un guion que prefirieron no compartir con el elenco. Claro que medio elenco son ellos dos mismos, que se reservan dos de los cuatro papeles protagonistas. Supongo que cuando ellos dicen que no compartieron el guion se refieren a que no se lo tomaron al pie de la letra ni ellos mismos. El riesgo aquí estaba en una posible falta de cohesión, pero el film lo salva de manera más que digna y en muy pocas escenas llegas a tener la sensación de que algo no esté bien traído.

Un proyecto así no podría haber salido bien nunca si detrás no hubiese estado gente igual de familiarizada con la comedia que con los vampiros, y al parecer Taika Waititi y Jemaine Clement lo están. No me las daré de que les conozco de toda la vida, es evidente que esta es la primera cosa que veo del duo, como le ocurrirá al 99,9% (o más) de la gente en nuestro país. Está claro que son ante todo cómicos, ambos nacidos en Nueva Zelanda (Waititi incluso tiene algunos rasgos aborígenes), y por lo que les he oído en entrevistas se conocen desde la universidad. Desde entonces han hecho muchas cosas, tanto juntos como por separado. Sobre todo destacan por The Conchords, serie basada en el dúo de música y humor Flight of the Conchords co-fundado por Clement, y que ha llegado a tener cierta relevancia en las televisiones y radios de los países anglosajones, de su Nueva Zelanda natal a Reino Unido o USA. Waititi también había dirigido ya dos comedias, en una de las cuales, Eagle vs. Shark, también salía Clement. Ambos han trabajado mucho para el teatro y la televisión kiwi, y  Jemaine Clement era Boris el animal en Men in Black III (2012, de Barry Sonnenfeld) pero tan maquillado que no creo que le pongan cara. ¿Y los vampiros? ¿Dónde se engarza en su CV el tema de los vampiros? Bueno, Clement a los 10 años de edad montó una pandilla de niños que se autodenominaban “Los vampiros”, y cuyo único requisito para formar parte era tener esos colmillos de plástico con los que hemos jugado todos de pequeños. Eso cuenta como declaración de amor, ¿no? Hay tipos que luego crecen y lo olvidan, y otros que siguen siendo aficionados. Como Waititi, que confiesa que de chaval estuvo alucinado como solo puede estarlo un niño con Jovenes ocultos. ¿Les parece suficiente? Bueno, seguramente no vayan a especializarse en nuestro género favorito, pero ésta la han hecho y la han hecho muy bien, y yo he llegado a la conclusión de que como cómicos son bastante buenos.

La película además de risas a costa de temas de vampiros también plantea otros temas, como la inmigración (naturalmente, y como es sabido, los vampiros son europeos tratando de adaptarse a Wellington), el aburrimiento que implica la inmortalidad (¿qué motivación tienes para iniciar nada, si sabes que puedes dejarlo para mañana?), o que la madurez no siempre viene con los años, aunque tendamos a creer que cuando nos hacemos viejos nos volvemos más maduros (tal vez nos gusta pensar que es una contraprestación), pero no hay ninguna regla matemática en eso. Maravilloso el personaje de Stu (Stu Rutherford, del que dicen que se limita a… hacer de sí mismo), el colega más majo que uno puede tener para ir de cervezas a un pub, y brillante igualmente el personaje de Nick, esa especie de hípster que quiere ser vampiro (¿el elemento que representa tanta idiotez que hay ahora con el tema?) que protagoniza él solo unos cuantos gags. ¿Y qué me dicen de la pandilla de hombres lobo del barrio?

Con una modestia de medios ejemplar, impulsada y producida por los propios autores con muy pocos apoyos adicionales (apenas sí los de un par de amigos y colaboradores de otros proyectos), primero filmaron un cortometraje allá por 2006, con la idea de que sirvieron como soporte para iniciar el proyecto y conseguir la atención necesaria. Tardaron en conseguirlo siete años (ahora declaran medio en broma que les da vergüenza haberse pasado todo ese tiempo anunciando este proyecto), y posteriormente filmaron la película con apenas unos decorados. El rodaje duró cinco semanas, y dado que como he dicho se filmó con todo el equipo improvisando sobre el material, al final de las mismas los directores tenían tantísimo material que el montaje de la película duró un año entero. Después, y además de moverla por el circuito de festivales afines a una película como ésta, se lanzó una campaña de crowfunding a través de Kickstarter para conseguir fondos y distribuir la película en los Estados Unidos.

Lo que hacemos en las sombras es muy divertida, de verdad. Una película en la que un vampiro le envía un SMS a otro para decirle: “no mires, hay un crucifijo detrás de ti”, debería ser obligatoria. Además dura solo 86 minutos. Y es que un chiste tronchante, si breve, dos veces tronchante.

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